jueves, 2 de agosto de 2007

EL PERDÓN: ÚNICO PROPÓSITO Juan Clavero

I
LA PERCEPCIÓN INOCENTE


Si alguna situación provoca tristeza en tu hermano, y tú te entristeces con él, es porque percibís los dos erróneamente.

Asimismo, si algún hecho causa gozo a tu hermano y tú te alegras con él, estáis percibiendo los dos erróneamente.

Estáis asumiendo papeles que no son los vuestros. Pues el mundo que os muestra los ojos del cuerpo no tiene capacidad real de producir sensación alguna. Sólo vuestra capacidad para eludir la realidad puede mostraros un mundo de ilusiones, situaciones en permanente cambio, que vuestros ojos las perciben como la realidad.

Vosotros os identificáis con vuestros cuerpos y os dotáis de ojos y oídos para percibir otros cuerpos, y, así, os es imposible reconocer la irrealidad del cuadro macabro que os muestra ese mundo y con él os identificáis plenamente.

Ese mundo es incuestionable para ti. Piensas que en él suceden las cosas así, sin tu participación, y que tú sólo puedes sufrirlas o gozarlas, según te disgusten o te agraden.

Crees que sólo el mundo es responsable de lo malo que te sucede y que tu destino no lo puedes controlar, pues eres como una hoja movida por el viento. Sin embargo, esa “realidad” sólo es producto de tu mente enferma.

Pero ese desquiciado y fantasmagórico mundo que percibes y amas como tu hábitat natural, no tiene nada de fundamento ni realidad.


Así, en semejante estado de confusión mental, tu mente, que se cree separada, no puede encontrar sabiduría ni paz. Sólo el conocimiento de tu identidad y grandeza puede liberarte de ese manicomio en el que crees encontrarte.

Tú eres tan libre e inabarcable como tu Creador, única causa de todo lo creado y por crear. Por lo tanto, no ha lugar para mundos tenebrosos ni sensaciones dementes como miedo, pecado, necesidad, muerte, etc, pues carecen de causa que las justifique y sostenga.

El mundo y el cuerpo son el producto fabricado por la parte dormida de tu mente, que los utiliza como soporte para desarrollar sus fantasías, manteniéndote en la más completa oscuridad, la cual te priva sólo aparentemente de tu Identidad.

Tú, que en tus fantasías te sientes abandonado, crees que la forma de congraciar con Quien te abandonó es el sufrimiento y el sacrificio, que utilizas como una ofrenda reconciliadora que sirva de contrapeso a tus muchas culpas y pecados.

No obstante, la justicia no exige ningún sacrificio pues contrariamente a lo que indica tu estrategia “salvadora”, todo sacrificio se hace a fin de perpetuar y conservar el pecado.

La venganza es algo ajeno a la Mente de Dios precisamente porque Él conoce la justicia. Ser justo es ser equitativo, no vengativo. Es imposible que la equidad y la venganza puedan coexistir, pues cada una de ellas contradice a la otra y niega su realidad.

Dios no sabe lo que es condenar. Pero sí sabe lo que es la justicia, y lo sabe muy bien. Él es totalmente justo con Su Creación. Y no hay un solo ser vivo apartado de Su Creación.

En el mismo instante que decidiste dormir, abandonando tu grandeza y poder ilimitados, para adentrarte en el mundo de los sueños de terror, Dios te protegió poniendo a tu disposición la ayuda necesaria para tu despertar, encargando esta tarea al Espíritu Santo, Quien siempre está tan cerca de ti como tu pulso.

Pero Él no puede interrumpir tu sueño, pues esto supondría interferir tu decisión, y tú eres tan soberano como tu Padre. No obstante, siempre puedes contar con Él, y Su ayuda te será completamente necesaria cuando decidas usar la razón para retornar a la Gloria que te pertenece por linaje. Pues sin Su amorosa ayuda no podrás salir de la demencia.

No busques fuera de ti, pues no existe nada más. En ti está el Cielo, aunque también puedes fabricarte un infierno. El Cielo es tuyo; el infierno no, pues ni existe ni puede existir, aunque a ti te parezca muy real. Tienes todo el poder, pues Dios te hizo igual a Él, aunque en tu demencia te consideres impotente.

A los que todavía creen en el pecado les resulta extremadamente difícil entender la justicia del Espíritu Santo, pues no es posible creer en el pecado y en el Amor al mismo tiempo. No puedes sino creer que Él comparte tu confusión, y, por tanto, no vas a poder evadir la venganza que forzosamente comporta tu propia creencia de lo que es la justicia del Cielo. Así, tienes miedo de la justicia de Dios al creer que Él comparte contigo tu escala de valores, y, por lo tanto, que comparte tu frustración y tu demencia.




II
EL MUNDO REAL

La parte de tu mente sumergida en el sueño, y única causa del mundo que percibes, está tan familiarizada con tu condición “pecadora”, y se siente tan segura y cómoda en esa situación, que cuando se te recuerda tu impecabilidad, te invade una profunda sospecha y el escalofrío del miedo. Pues el mundo que has fabricado depende absolutamente de la creencia en el pecado y la impotencia.

Y todo lo que te muestra ese mundo, te evidencia que el pecado es real y que tú no puedes evitarlo. Percibes la “amenaza” de lo que Dios entiende por justicia como algo más destructivo para ti y para tu mundo que la venganza, la cual te parece natural y lógica.

El pecado lo percibes por todas partes, por lo que la “ira” de Dios, y Su venganza ejemplarizante, no sólo te parece justa, sino deseable. Así, piensas que pasar por alto el pecado sería una maldición. Por lo cual, dejarte guiar por la Mano del Espíritu Santo, y permitir que te muestre cuán equivocado estás y que te invite a reconocer que sólo te rodea el Amor, lo consideras fuera de lugar.

No eres justo contigo mismo porque has olvidado quien eres. Tampoco lo eres con tu hermano por considerarlo tu enemigo. Pero el hecho de haber olvidado tu Identidad no te priva de ella ni un sólo momento, como tampoco priva de la suya a tu hermano el hecho de que no se la reconozcas.

Tu realidad está más allá de tus sueños, y no la puedes evitar. Dios ha compartido Su Voluntad con Su Hijo, y ésta no es variable ni esquivable, así como tu voluntad tampoco lo es por ser la misma que la Suya.

El mundo real es el estado mental que tiene como único propósito el perdonar. El miedo ha dejado de ser el objetivo, pues escapar de la culpabilidad se ha convertido ahora en la meta.

El aprecio por el ataque ha dejado paso a valorar el perdón, que pasa a ocupar el lugar de los ídolos, los cuales dejan de preguntarse, porque ya no se les atribuye ningún valor.

No se establecen reglas fútiles ni se le exige nada ni a nadie que cambie o que se amolde al sueño de nuestro miedo. Por el contrario, hay un deseo de querer comprender todas las cosas tal como son en realidad. Y se reconoce que todas las cosas tienen que ser primero perdonadas, y LUEGO comprendidas.

El Amor no es comprensible para el que se percibe pecador. En ese estado mental sólo se vive de ilusiones, y ahí no tiene cabida el Amor. Crees que la justicia no guarda relación con el Amor y que representa algo distinto. Y así se concibe el Amor como algo débil, y a la venganza como muestra de fortaleza y justicia.

¿Podría tu amoroso Padre esperar de ti que en tu confusión tuvieras algo que ofrecer? ¿Podría rechazarte por ello? La función del Espíritu Santo consiste en enseñarte a que aprecies tu valía al reconocer la futilidad de tus sueños y ofrecerte la acogida que merecen los inocentes.

Tu Padre te espera con Sus Brazos abiertos, y sólo desea que decidas el retorno a Casa para gozar de tu presencia. Él se alegra con tu despertar, pues sólo así puedes disfrutar de tu plenitud.

El papel especial que Dios asigna es sólo que cada uno aprenda que el Amor y la justicia son una misma cosa, pues su unión los fortalece a ambos. Sin Amor, la justicia estaría llena de prejuicios y sería débil. Y el Amor sin justicia no es posible, pues el Amor es justo y no puede castigar.

Tu inocencia es el efecto de la única Causa. Tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la completa absolución de todas las consecuencias de tus ilusiones de terror, y a la vida eterna, gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios lo dispuso para Su Hijo. Ésta es la única justicia que el Cielo conoce, pues sin imparcialidad no hay justicia.

El mundo engaña, pero no puede reemplazar a la justicia de Dios con su propia visión de justicia. Tu condición de Hijo de Dios te garantiza que sólo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti.

Perdona tu demencia y reconoce en el prójimo a tu salvador. Pues sin él no hallarás la paz que buscas. Sólo en tu hermano está la luz que te puede iluminar. Pues él sigue siendo tal como Dios lo creó. Sois Hijos del Amor. Esa es la verdad que os hace libres. ¿Por qué escribe Moisés en las tablas de la Ley “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”? Porque tal como Dios es Uno contigo, tú eres uno con tu hermano.

No caigas en la blasfemia de percibir a tu hermano como pecador, pues por muy razonable que te parezca tal percepción, jamás en la locura podrá haber nada razonable.



III
LA FUNCIÓN DEL PERDÓN

Perdonar a tus semejantes no es otra cosa que aprender a mirarlos. Y ni tus ojos ni tus oídos te ayudan en absoluto en esta tarea.

Tus hermanos son santos por encima de cualquier otra percepción que tus ojos o tus oídos puedan inducirte a oír o ver. Y esa santidad, que no puede menoscabarse por ser la Voluntad de Dios, es lo que tienes que aprender a percibir más allá de los cuerpos.

Ese es el perdón que sana e ilumina. Cuando aprendas a verlo, sabrás cuán santo es tu hermano y cuán santo eres tú también.

Habrás aprendido a conocerte a ti mismo. Pues los dos tenéis en común la santidad. Y esto es así, no porque vosotros lo hayáis querido o dispuesto, sino, porque ésa, y sólo ésa, es la Voluntad del Padre. Y no puedes cambiarla por más que lo intentes.

Tu única función aquí es perdonar. Aprende a perdonar y te habrás perdonado a ti mismo. Aprende a mirar para saber mirarte. Mira a tu salvador, que está en tu hermano, y tu hermano te habrá salvado.

El poder del perdón para liberarte es tan grande como lo es el poder de las ilusiones para aprisionarte.

1 comentario:

darYrecibir dijo...

Exactamente, tal como lo dice Un Curso de Milagros.

Gracias por extender estos mensajes.