jueves, 2 de agosto de 2007

RECONOCE AL OTRO

Cuando por tu voluntad extiendes la inocencia entre ti y cada ser en cada uno de tus encuentros, también llega a todos la curación.

La curación, ese resplandor en el rostro y el brillo indescifrable en tus ojos, es la prueba de que has reconocido la realidad: Ya liberado de tu creencia en la separación, nunca más quieres abandonar a nadie.

Ya ves lo que en realidad es el otro, a pesar de que él pueda no verlo y sueñe una ilusión para él mismo. Pero como lo ves tan claro pasas por alto su auto-engaño, no compartes su sueño de realidad y potencias la realidad verdadera en ambos.

Ya no temes andar a su lado y, al contrario, deseas compartir el camino con él de manera tan pura que ninguno seréis líder ni seguidor. Este es el mayor desafío de tu vida porque nombrar al otro significa decir todos. El otro es cualquiera de todos los seres humanos como puntualizó el Dalai Lama:

Nuestro estado de ánimo habitual está profundamente influenciado. Mostramos una actitud distante hacia las personas que consideramos antipáticas o enemigas y, por contra, un desproporcionado sentido de intimidad hacia quienes consideramos nuestros amigos.

Podemos comprobar cómo nuestra reacción emocional hacia los demás es fluctuante y está llena de prejuicios. Hasta que seamos capaces de superar estos prejuicios, no tenemos ninguna posibilidad de generar una compasión genuina. (Dalai Lama, 1997:58)



Considerando a todo ser humano como legítimo heredero de la inocencia chocas con la estructura social que rige un mundo basado en la separación y el dolor y un enfrentamiento integral a todos los niveles, tanto económicos y políticos, como afectivos o de ocio.

Aquí es donde tu revolución íntima se convierte en la última revolución posible, porque cuando te entregas a la unidad, literalmente desapareces de un mundo con esas características y empiezas a construir la sociedad de igualdad y paz que corresponde a la humanidad entera.

El siguiente texto de Thomas Merton es bastante interesante en este aspecto:

La vida colectiva está organizada a menudo sobre la base de la astucia, la duda y la culpabilidad. La verdadera solidaridad queda destruida por el arte político de lanzar a uno contra otro y el arte comercial de valorar a todos los hombres por un precio.

Sobre estas medidas ilusorias, los hombres construyen un mundo de valores arbitrarios sin vida ni significación, lleno de agitación estéril.

Lanzar a uno contra otro, una vida contra otra, una obra contra otra, y expresar la medida en términos de coste o de privilegio económico y honor moral es contagiar a todo el mundo con la más profunda duda metafísica.

Divididos y enfrentados unos contra otros con el propósito de la valoración, los hombres adquieren inmediatamente la mentalidad de objetos en venta en un mercado de esclavos. Desesperan de sí mismos porque saben que han sido infieles a la vida y al ser, y ya no encuentran a nadie que les perdone la infidelidad.

Pero su desesperación les condena a mayor infidelidad: alineados de sus raíces espirituales, se las arreglan para romper, humillar y destruir el espíritu de los demás.

En tal situación no hay alegría, sino sólo cólera. Cada cual siente envenenada la más honda raíz de su ser por la suspicacia, la incredulidad y el odio. Cada cual experimenta su propia existencia como culpabilidad y traición, y como posibilidad de muerte: nada más.

Nos unimos para denunciar la vergüenza y la impostura de todos esos cálculos.

Si hemos de permanecer unidos contra esas falsedades, contra toda fuerza que envenene al hombre, que le sujete a las mistificaciones de la burocracia, del comercio y del estado policiaco, hemos de rehusar la etiqueta del precio.

Hemos de rehusar la clasificación académica.

Hemos de rechazar las seducciones de la publicidad.

No hemos de permitir que se nos lance a unos contra otros en comparaciones místicas; en ortodoxias políticas, literarias o culturales.

No hemos de dejarnos devorar por ellos para saciar su duda insaciable.

No hemos de estar meramente “a favor” de algo y “contra” algo, aunque estemos a favor de “nosotros mismos” y contra “ellos”. ¿Quiénes son “ellos”? No les demos apoyo convirtiéndonos en una “oposición” que suponga que son definitivamente reales.

Permanezcamos al margen de “sus” categorías. En ese sentido es como todos somos monjes: pues permanecemos inocentes e invisibles para los publicistas y burócratas. (Merton, 1967:129)



En esta dimensión social, el sentido de que la inocencia siempre es para todos queda muy claro, pues la única manera de que tú te creas inocente es ofrecerla a los demás.

Por esto, si niegas a alguien ya no hay inocencia para nadie, tú mismo incluido. Es imposible que repartas la inocencia a tu conveniencia, pues es Amor, y el Amor lo tienes y lo das a todos o no lo tienes.


RECONOCE AL GRUPO

Cuando sientes prejuicios o rabia sobre un colectivo significa que crees que cada uno de los miembros de ese colectivo te puede atacar, el miedo te domina y, como defensa, reaccionas con violencia ante cada individuo de ese grupo. Tu propia ira te ciega a comprender qué pasa y pierdes la paz.

Entonces, como afirma la psicóloga Robin Casarjian,

El prejuicio determina nuestras expectativas y experiencias, porque suponemos que cada persona de un grupo determinado se va a comportar de cierta manera. Nos relacionamos con una abstracción y no con un ser humano individual. (Casarjian, 1994:258)


Aunque nunca hayas tratado a ninguna persona de ese grupo, sí tienes creencias para ti categóricas sobre esos individuos como seres aislados. De esta manera te confundes. Te confundes porque una cosa distinta a tus creencias sobre ese colectivo es la actitud personal de cada individuo.

Tu desconfianza o tu ataque a cualquier colectivo de personas sólo indica que tienes tanto miedo por tu desamor hacia ti mismo que lo proyectas como separación en la identidad de ese grupo.

Siguiendo a Robin Casarjian:

El prejuicio suele tener su base en la experiencia real de alguien. Cuando vemos a numerosas personas pertenecientes a un grupo determinado comportarse de una manera que consideramos negativa, tendemos a generalizar y a esperar ese comportamiento negativo de toda persona que pertenezca a ese grupo.

Si no se miran a la luz de la conciencia estas generalidades y estos prejuicios, ciertamente van a fomentar una actitud defensiva e intranquila en toda futura relación.

Esta postura psicológica nos mantiene separados de nuestro Yo y se convierte en una profecía que lleva en sí misma su cumplimiento. Lo que pensamos y proyectamos es lo que contribuimos a crear.

A veces el temor y la ansiedad que sentimos en una interacción con otra persona es una señal sensata y oportuna para que pongamos atención, pero en las circunstancias cotidianas es más a menudo una defensa contra la verdad de quienes somos, nosotros y los demás. (Casarjian, 1994:258)

Esta defensa contra tu verdad misma te hace endurecer tu corazón. Te resulta muy fácil encontrar razones para odiar, para encontrar en los demás un enemigo, alguien a quien culpabilizar de lo que tú no te quieres hacer responsable: De ti mismo.

Es muy fácil para ti proyectar tu conflicto interno, tu sentimiento de culpa, sobre quienes te parecen más débiles que tú, e, incluso, sobre quienes te parecen más fuertes.

Entonces, fabricas separación social porque deseas pertenecer a un colectivo donde te sientas aceptado. Con este fin, en tu constante confusión, cambias tu voluntad de inocencia por la cubierta psicológica del grupo que agrede a otro.

Así, te enganchas, aún más, a la rabia, a ese enfado interno que te hunde en la soledad y que es una profunda miseria humana:

Si te identificas con un grupo cuya actitud general es de rabia, tu propia rabia asegura tu lealtad y tu aceptación dentro de ese grupo, ya sea éste tu familia, una determinada comunidad o un grupo más amplio político o nacional.

A veces la rabia nos protege de los sentimientos de desesperación e impotencia, y tal vez nos motiva para actuar y tomar medidas necesarias; pero esto puede hacernos creer que la rabia perpetua es algo natural y necesario. Por este motivo, es posible que los miembros de un grupo den mucha importancia a continuar airados. (Casarjian, 1994:266)


Y la agresión, la rabia desbocada, es mentalidad terrorista. Y tú, que te consideras buena persona, y tu vecino, tan buena persona como tú, os convertís en terroristas por vuestras razones asesinas.

Pero recuerda que, como la violencia es estupenda para mantener un orden social injusto, te estás volviendo a equivocar pues te proclamas verdugo de todos y defensor de nada.

Cuando tu actitud personal contigo mismo es la de vivir un conflicto interno permanente y en sufrimiento constante, no puedes sino identificarte con la separación y el enfrentamiento entre los seres humanos conveniente a los poderes políticos y económicos para mantener a las personas esclavas.

Y proyectando tu propia separación en tus relaciones con los demás, reproduces la ideología mercantilista que nutre de la voluntad de individuos que, como tú, eligen no responsabilizarse de sí mismos.

Esta es la razón de tus prejuicios, este es tu miedo, y, como dijo Salman Rusdie, separación es lo que das cuando unes tu soledad a la soledad de muchos:

Hay algo que, en ocasiones, sale de repente de nosotros, algo que vive dentro y, cuando sale para intervenir, nadie es inmune a él; posesos, nos volvemos, con intenciones asesinas, los unos contra los otros, con la oscuridad de ese algo en nuestros ojos y armas muy reales en las manos, el vecino contra el vecino dominado por algo, el primo empujado por el algo contra el primo, el algo hermano contra el otro algo hermano, y el niño algo contra el otro niño algo. (Rushdie, 1999:35)


No olvides que todos tus pensamientos agresivos siempre empiezan en tu propia mente y que tú eres el primero a quien atacan. Y recuerda que cuando no estás dispuesto a aceptar al otro es porque estás siendo incapaz de amarte.

Si te sientes descontrolado y abandonado, domina primero el pánico en ti y no intentes echarle encima tu angustia a la primera persona que encuentres. No te conviertas en la marioneta que otros desean que seas, como dijo Jack Lawson:

Cada vez que creemos hallarnos ante un problema y que queramos excluirlo de nuestras vidas, lo que en realidad ocurre es que nos encontramos ante el deseo secreto de excluir de nuestro interior algo de lo cual nos sentimos culpables.

Culpar a los demás de lo que nos ocurre es fácil. Aceptarlo sin juzgar e intentar aprender la lección es sumamente difícil.

Pero culpar a los demás por costumbre (algo totalmente generalizado en nuestra cultura) es muy peligroso: hace que perdamos el control de nuestras vidas.

Y perdiendo el control de nuestras vidas nos convertimos en marionetas de nuestro pasado. (Lawson, 1996:37)


Concédete a ti mismo la inocencia necesaria para aceptar a todos los seres humanos, porque es la única forma de que seas humano, la única manera de que tu voluntad vuelva a ti para desarrollar todo el inmenso amor que te pertenece y que quieres. Acéptate tú, pues eso significa que:

. No te limitas con ideas preconcebidas.

. Tienes fe en la buena voluntad de las personas en general y te niegas al sufrimiento como destino para tu vida.

. Te responsabilizas de los sentimientos más profundos, pues a la vez que te miras a ti mismo y entiendes tus contradicciones, puedes comprender lo que te parecen contradicciones en los demás.

. Entiendes que tú mismo te creas la imagen de grupo y le aplicas unas concretas características.

. Entiendes que miras a cada persona como individuo autónomo, con sus propios temores y condicionamientos.

. Reconoces el miedo colectivo que generan los actos destructivos.

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