jueves, 2 de agosto de 2007

INTRODUCCIÓN

Yo había pasado cerca de diez años investigando una forma poética oral muy enraizada en La Alpujarra: El trovo, o poesía oral improvisada.

El ambiente que se vivía entre aquellos aficionados al verso era de constante sufrimiento. Las rencillas y los enfados de unos compañeros con otros era lo único que tenían en común. La hipocresía en las relaciones, el orgullo por querer ser mejor que los demás, el odio soterrado, la pelea por el dinero, etc. formaban el corpus psicológico del que bebían aquellas personas y del que yo me colmaba.

De todas formas, ese ambiente no era para mí nuevo, pues había sido mi bagaje personal desde siempre. Y llegó un momento en que me pregunté qué estaba haciendo de mi vida. No me sentía bien en mis relaciones ni conmigo mismo.

Yo necesitaba un reconocimiento social de mi persona, puesto que a mí mismo me consideraba bien poco. Y para lograrlo no escatimé en sacrificio, pues durante todo ese tiempo que estuve estudiando a los trovadores, grabando y recopilando todo tipo de material en torno a ellos, utilicé los pocos recursos de que disponía.

A esta confusión de mi personalidad se unieron unas circunstancias especiales en mi vida privada que comenzaron a hacerme consciente de que estaba viviendo una existencia determinada por el sufrimiento y mi propia negación.

Enfoqué, entonces, mi voluntad en cambiar ese estado de cosas en mí mismo y todo mi entorno me ayudó a ello: Un cúmulo de circunstancias revolucionó mi vida de tal manera que en muy poco tiempo me encontré con que había abandonado mis investigaciones sobre el trovo, que no tenía pareja y que no tenía casa.

Fue una especie de hecatombe personal. Pero seguí trabajando mi voluntad, intenté vivir aquellas circunstancias lo más tranquilo posible y, poco a poco, el maravilloso universo me regaló con experiencias adecuadas a las nuevas creencias que introduje en mi vida.

Uno de aquellos mágicos regalos que recibí fue un hecho muy singular que me ayudó a comprender la magnitud liberadora de la percepción inocente. A pesar de mi evidente desinterés por el trovo, uno de los trovadores me pidió que le prepara un libro con sus poemas. Aceptó mi sugerencia de incluir un capítulo con improvisaciones y nos dispusimos a realizarlo convocando a muchos de sus compañeros.

De los trovadores que esperábamos había dos que llevaban peleados varios años. Ellos evitaban encontrarse, pero, por amistad al trovador convocante, tuvieron que acudir a la reunión. Para sorpresa de todos, estas fueron las palabras que se cruzaron en cuanto que se vieron:

“CANDIOTA”
Tomás yo me arrepentí
cuando te hablé malamente
pero como soy prudente
un perdón te pido a ti.
Tú tuvistes para mí
varios momentos de amores,
¡pido a Dios que nunca llores
por el dolor de otra herida
y en el jardín de tu vida
todo se vuelvan flores!

TOMÁS
En la copla que me has hecho
te tengo que averiguar
y me quedo satisfecho,
¡no te puedo perdonar
de un delito que no has hecho!

“CANDIOTA”
Yo me porté malamente
y no con mala intención,
por eso mi corazón
nuevamente se arrepiente.
Tú eres un hombre prudente
porque tienes dignidad,
te sobra la voluntad
para ser siempre mi amigo
y yo estoy feliz contigo
porque encontré la amistad.

TOMÁS
Como me cantas tan claro
te tengo que contestar,
nunca fuiste tan mimado
y Dios suele perdonar
a aquellos que lo azotaron.

“CANDIOTA”
Tú me perdonas Tomás
que no volveré a ofenderte,
yo sabré siempre quererte
lo mismo que los demás.
Por donde quiera que vas
voy caminando contigo
y el tiempo será testigo
que yo te sabré querer
y no te sabré ofender
en el mundo, buen amigo.

TOMÁS
La copla que me has cantao,
que ha salido de tu pecho
en momento adecuao,
¡el delito que me has hecho
pues Tomás ya lo ha olvidao!



LA REVOLUCIÓN ÚLTIMA

Aquella inesperada demostración de la inocencia, junto a otras experiencias similares que me ocurrieron, me dio la certeza interior de que me encontraba en buen camino. Yo también tenía que sanar mi relación con aquellos poetas y allí encontré la llave que me abrió la puerta a la liberación.

¡Todo, todo en mi vida me enfocaba a los mismo, a sanar mis relaciones! Y la base de que mis relaciones fueran conflictivas estaba en que yo no aceptaba mis propias experiencias, por lo que me condenaba al dolor y al sufrimiento, como mi forma de percibir la vida, y al sacrificio, como forma de pagar la culpabilidad que sentía por estar vivo.

Curiosamente, también por aquellos días, mis amigos más cercanos me presionaban para que no abandonase mis investigaciones sobre la poesía improvisada dado que, según ellos, yo estaba muy preparado sobre el tema y que era el momento de rentabilizarlo a través de becas y las conferencias que ya dictaba por todo el país en congresos y seminarios.

Pero razoné mi decisión. Yo disponía de poco tiempo. Todos los días trabajaba como jornalero en la agricultura y las horas para leer, estudiar o escribir, siempre tenía que restarlas al descanso. Y en esos momentos simplemente no podía trabajar las ocho horas diarias y, luego, dividirme en dos líneas de investigación: la poesía improvisada y mi proceso personal.

Sin ninguna duda, me decidí por ahondar en mi evolución como persona. Pudo más la necesidad que tenía de saberme a mí mismo, de ser humilde y, con tranquilidad, potenciar mi voluntad de cambio.

Ya entendía que yo debía de responsabilizarme, de alguna manera, de mis odios, de mis críticas, de mi constante enfado y de mis rencores. Pero, ¿cómo? Y la respuesta me llegaba a través de Un Curso de Milagros, donde pude entender la necesidad de no culpar a los demás por lo que a mí me ocurría porque, culpando, me evadía de solucionar mis errores y me servía para mantenerme en ellos.

Entonces me hice algunas preguntas: ¿Quién es el “yo” que vive en este mundo? ¿De qué hablan mi mente y mi cuerpo? ¿Quién es Pepe Criado? Pero lo único que pude sacar claro de confusión tanta es que mis intentos de disociarme de la inocencia, que me es propia y me define, quiera yo o no, siempre son inútiles. El estado de gracia y de libertad que me pertenece es absolutamente inmune a mi continuado empecinamiento por limitarme cuando me creo aislado de mi propia esencia.

Empecé a saber que la única medida que me puede dar una idea de una verdadera y liberadora aceptación de mí mismo es la gratitud que mantengo con las personas:

. Con quien conozco y con quien no conozco.
. Con quien amo y con quien no amo.
. Con quien veo y con quien no veo.

Pero la visión inocente también me ofreció la corrección de mis errores y la responsabilidad en mis pensamientos, palabras y actos. Me permití un propio desarrollo personal cuando entendí que mi seguridad no dependía de que fuera sumiso a las presiones de mi entorno, y que sociabilidad no tiene por qué significar superficialidad, ya que la única libertad posible es que potencie mis recursos más profundos a través de la flexibilidad mental.

Y comprendí la magnitud de la inocencia como vía para desaprender mis actitudes habituales que iban en contra de mí, y, para introducir en mi sistema de pensamiento la visión de unidad con todas las personas y con todo lo creado. Y entendí, también, que yo era responsable, a todos los niveles, de mis experiencias.

El mensaje que más me impactó y el que más me favoreció una nueva percepción de la vida fue reconocer que todos los seres estamos unidos y que nuestra única voluntad es ofrecernos la inocencia y el Amor.

Y ésta es mi visión, una revolución íntima que se me convirtió en la última revolución que yo pude establecer para mi vida y para la vida de los demás, ya que la necesidad de cambio desaparece cuando la seguridad se instala en la profundidad del Ser.



ARGUMENTO PARA ESTE LIBRO

Dependiendo de tu sistema de pensamiento, creas tus propias experiencias, que te pueden resultar enriquecedoras o limitadoras.

El principio de la culpabilidad es una cadena que te atas a la cintura para tirarte, con mínima posibilidad de escape, a las profundas aguas de no responsabilizarte de ti mismo y de dar tu voluntad a los demás, para que ellos decidan las circunstancias de tu vida.

Pero, si te haces consciente de que son tus propias ideas las que te ahogan y de que si las entiendes y las analizas puedes deshacerte de ellas para procurarte otras más adecuadas, estás, entonces, preparado para ejercer tu voluntad.

Y tu voluntad no es otra que la Voluntad Una que mueve a todo lo creado: La unidad de todos los seres en la inocencia, la santidad y el puro Amor.

La mente nos crea espejismos, “realidades” en las que creemos tan absolutamente que nos parecen parte nuestra. Pero nos solemos quedar tan atrapados en nuestras propias creencias que nos quedamos indefensos ante nuestras propias ilusiones.

Uno de los espejismos en el que más confiamos es en sentirnos culpables, creencia que nos provoca un ahogo interior de escasez, separación, inadaptación y auto-negación.

Para sanar este proceso, que puede abocar al individuo en graves crisis psicológicas y físicas, está la creencia en la inocencia.

La inocencia, ver siempre al otro puro y autorealizado, tal como lo entendía Jesús, es el tema central de este libro porque induce a establecer un sistema de pensamiento a través del cual el individuo se fortalece y enriquece sus relaciones.


AGRADECIMIENTOS

Mi gratitud a las enseñanzas de Un Curso de Milagros y a Robin Casarjian por su libro Perdonar, pues ambos textos han sido fundamentales en mi trabajo personal sobre y, por extensión, me han inspirado y orientado para escribir este libro.

A Francis Chauvet, Alberto Ferrer, Ana Moreno, Juan Clavero, Paco Palma, Trinidad López, Pepe Espinosa, Manuela Cano, Joni Brugués y Marta Povo, agradezco la entrega personal y la colaboración que me han ofrecido cuando, durante el proceso de escribir este libro, les he pedido opinión y consejo.

1 comentario:

darYrecibir dijo...

Amo las referencias a Un Curso de Milagros!