jueves, 2 de agosto de 2007

EL PROCESO HACIA LA INOCENCIA

A través de la inocencia sanas tu conflicto interno, a la vez que ayudas a sanarlo a las personas implicadas en tus experiencias vitales. Es un proceso que podemos definir en las siguientes etapas:

1. Acción.
2. Conflicto.
3. Dolor
4. Revelación.
5. Comunión.

Veamos el desarrollo de cada uno de estos pasos:

.ACCIÓN
Es el momento del hecho en que dos personas entran en conflicto. Las dos personas reciben daño, aunque aparentemente una agrede y otra es la víctima. Las dos personas entran en un estado de desesperación por el choque emocional consecuencia de lo ocurrido y que traducen en ira, temor y rechazo.

.CONFLICTO
El primer efecto de la acción es el conflicto que genera. Tu posicionamiento mental es que tú tienes razón y que la otra persona está equivocada. Atacas y culpabilizas a la otra persona, pero en el fondo te endurece la ira y tu conducta está llena de resentimiento.

.DOLOR
Te desespera sentirte tan bloqueado y cada vez que recuerdas lo que pasó te desesperas aún más. Tu resentimiento permanente corroe tu salud y desarrolla bases de conflicto para tus futuras relaciones.

.REVELACIÓN
En cada una de tus experiencias está la posibilidad de que vayas más allá de ella. Puede que tengas que revisar tus actitudes ante ti mismo y tu conducta con los demás para que no vuelvas a crearte experiencias que no deseas. Una vez aprendida la lección que encierra cada experiencia te liberas de las consecuencias de esa vivencia y te mantienes en alegría y paz.

.LIBERACIÓN
No encuentras sentido a la lucha de poder que mantenías.
Decides que no quieres dolor para ti ni para nadie.
Te reconcilias con la otra persona reconociendo el aprendizaje mutuo que os significó vivir aquella experiencia.

.COMUNIÓN
Aceptas lo esencial de tu condición humana, que es la unidad, y puedes comprender, pues tienes capacidad de ponerte en el lugar emocional y psicológico del otro.

Con la visión de la inocencia ofreces a toda persona tu amor de la forma que lo necesita, no de la manera que tú quieres dárselo. Entiendes bien lo que necesita el otro, y entiendes muy bien su proceso de apertura al conocimiento. Tal vez porque tú estás en el mismo proceso, perfectamente resumido por Bernabé Tierno:

El perdón que contribuye al gozo indescriptible de la paz y de la verdadera felicidad es producto del conocimiento interior, de la inteligencia y de haber decidido libremente despojarnos de pensamientos de ataque, de temores y descalificaciones, por entender que hay otra manera más noble, práctica, digna e inteligente de ir por la vida, y es sembrando amor en cada presente de cada día como si sólo este instante, éste “aquí y ahora”, fuera toda la existencia de que dispongo. (Tierno, 1992(II):40)

Pero la inocencia ha de ser total para que tu conocimiento del otro también sea total, y para que cualquier circunstancia no prevista no te haga tambalear, como dijo Joan Borysenko:

Todo el conocimiento del mundo vale muy poco si nuestro rencor sigue creciendo cada vez que el comportamiento de un desconocido nos recuerda nuestras relaciones no sanadas. (Borysenko, 1994:14)


De este modo, cualquier persona, conocida o no, se convierte en tu maestro de la inocencia, pues toda persona espera de ti que no le juzgues y que, por el contrario, le declares inocente para el bien de ambos. Por esta importante razón te sientes necesitado de respetar a todo ser: A quién no conoces, a quién amas, a ti mismo.

Aunque ya sabes que es muy importante que tu visión inocente sea total, te puede resultar más fácil que la apliques, como un primer paso, a las personas que no conoces, porque no has tenido relaciones con ellas ni enganches a la rabia y al dolor.

La actitud de la inocencia se adquiere con la práctica, así que también te es muy útil que declares inocentes a estas personas, pues es posible que adoptes un papel de crítica para mantenerte lejos de ellas:

. De superioridad.
Crees que los demás están equivocados cuando piensas “No me gustan los extranjeros” o “Las mujeres guapas son tontas”.

. De inferioridad.
Cuando te excusas, como cuando piensas “No sé expresarme bien”, “Estoy gorda”, “Es más listo que yo”.

Cuando extiendes la inocencia entre las personas que conoces y que, por tanto, amas, aprendes a respetar y comunicarte. No dices a nadie si hace mal o hace bien si no te lo pide; lo contrario es juzgar y las personas juzgadas se sienten atacadas. En cambio, habla de ti, de tus conflictos y sentimientos, de tu visión personal.

Escucha siempre con el corazón y no te escondas en la prisa para no oír lo que la otra persona necesita decirte. Pero no juzgues lo que escuchas y céntrate en prestar atención a las experiencias que te comunica esa persona. Entiende qué no te dice la persona que tienes delante y qué es importante para ella.

Y cuando te aceptas a ti mismo, sanas el dolor personal que manifiestas en rabia, tristeza, resentimiento, culpa y ataque. Dejas de reprimir tu dolor para no conservarlo más, con lo que dejas de hacerte la víctima.

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